¿Cuáles son esos destinos, a los que siempre has soñado viajar?
Pues en mi lista estaba Japón.
Tenía la pasta, tenía el pasaporte y un Excel super bonito, con las ciudades que iba a visitar y los lugares emblemáticos que no me podía perder.
Así que, con una maleta gigante vacía y con cuatro cosas esenciales que metí en la mochila, estaba dispuesta a pasarme dos semanas viajando por Japón. Ahí pretendía comprarme todas las mierdas frikis posibles que hicieran de mi casa lo mismo que a un domingo los encantes, pero con glamour. El billete no me había salido caro, pero el JR Japan rail pass me había costado una fortuna, así que tenía que amortizarlo de la forma más sensata posible.
Después de un día viajando, con sus escalas infernales aunque acompañada de un maravilloso libro de Alice Kellen, que me había dejado tierna y con llorera, llegué por fin al aeropuerto de Narita. Tenía los pies hinchados, el pelo con una coleta despeinada y el rímel a lo “pándico”, es decir, corrido por debajo de los ojos a modo panda y no de los que son “cute”. Mallas negras, camiseta negra ultra oversize y zapatillas grandes pero cómodas. Este era mi atuendo viajero desde que por fin me di cuenta de que no era la gran Victoria Beckham y no tendría que actuar como si hubiera llegado allí teletransportándome. Me gustaba viajar, descubrir destinos y hacerlos únicos.
Estaba recogiendo la maleta y me disponía a salir del aeropuerto, para irme directa a mi primer viaje en JR ¡que puta pasada! ese tren bala, estaba más limpio que las salas de quirófano de los hospitales, unos señorcitos ataviados con un carrito, se situaban a lo largo del tren enfrente de cada puerta y con un gesto de alegría, pero serio, bueno mecánico, en cinco movimientos a lo Kill Bill, habían limpiado y ordenado los bajones en menos de lo que canta un gallo ¡menudo arte Japones!
Me quede aluciflipada, ese viaje iba a ser para el recuerdo y no había hecho más que empezar…
Allí sentadita con una luz tenue, me empezó a entrar la ñoñorra, me acurruqué en el asiento, con todos mis bártulos entre los brazos, con la técnica de enrollado digna de una superviviente al metro de Barcelona. Con los días me di cuenta de que en Japón, eso no era necesario, porque allí la gente iba a lo suyo y la verdad que un libro electrónico o un móvil marca “notifixis”, no eran ninguna atracción para unos ciudadanos que viven rodeados de tecnología punta absoluta.
Primer destino Kanazawa. Joder, que bonito es el castillo, cada vez que lo recuerdo, me imagino con un vestido vaporoso de gasa con estampado de florecitas liberty correteando por el jardín Gyokusen’inmaru, a lo novela de Jane Austen, o leyendo un poema bajo la sombra de un árbol, mientras los pajarillos cantan…
En fin… vuelta a la realidad, allí estuve dos días que se me hicieron cortitos, la verdad, es que con tres podría haber hecho alguna caminata bonita, porque Kanazawa es pura naturaleza.
Pero soy una ansias y quería ver más cosas y no olvidemos, que tenía que aprovechar mi JR pass, así que me centre en mi siguiente destino, Kyoto!
Pasé la noche en un Ryokan cerca de la estación donde está la Torre de Kyoto, donde los jabones del baño compartido eran de Shisheido y nadie los robada, no, además mi habitación constaba de un tatami sencillo y me habían dejado una batita kimono para hacerme fotos y poder colgarlas en mis redes. Aunque mi destreza no daba para hacerme una foto en la que se viera la habitación, a mí de cuerpo entero en la que no me saliera la papada y que a la vez pudiera alargar el brazo y darle al botón del click, sigo sin saber hacerlo…
La mañana siguiente, decidí visitar el santuario de fushimi-inari-taisha,
Te quedas igual ¿¿no?? Pues si has leído la novela “Memorias de una geisha” de Arthur Golden y visto la película de ésta, sabrás que se rodaron algunas imágenes donde aparece un paseo lleno de toriis rojos que delimitan el camino, pues por allí andorreaba yo con mi mochilita y una camiseta de manga corta de algún grupo de hardcore, cuando despistada me dí de bruces contra una chica Japonesa que tendría mi edad, aunque parecía infinitamente más joven que yo, y al disculparme vi como huía despavorida y limpiándose el brazo, en ese momento pensé. _Joder, tan sudada y sucia voy, para que a la pobre mujer le haya dado asco tocarme…
Pues resulta que sí, le había dado un asquete que te cagas rozarme el brazo, porque no lo he comentado pero los tatuajes me salen por las orejas, y en Japón, eso no es que lo lleven muy bien, ya que muchos los relacionan con los yakuzas, las mafias japonesas. Así pues, la mujer vio tanta tinta que pego un bote, pero cuando me vio la cara de europea por el mundo, creo que se quedó más tranquila y eso me hizo sentir bien a mí también, porque yo a la gente de Japón en aquellos pocos días ya les había cogido cariño y no quería que la mujer tuviera un trauma por mi culpa.
Nota mental*, para los futuros viajeros a Japón, si vais tatuados olvidaros de las saunas… pero fuera de esa anécdota no me sentí muy observada en ese sentido, porque la verdad, la gente va muy a lo suyo.
En ese mismo templo me encontré con una muchacha muy maja ataviada con un Kimono muy bonito tradicional de flores en tonos pastel y una máscara Kitsune esas que simbolizan un zorrito blanco con detalles en rojo, a mí en ese momento me pareció un gatito y le pedí por favor si le podía hacer una foto saludando a lo Hello Kitty, me gusto llevarme ese momento friki en forma de imagen para el recuerdo de aquel viaje.
De vuelta del templo me di un paseíto por Nishiki Market, os podéis imaginar mi cara con corazones saliéndome por los ojos, cuando en una de las verdulerías les habían pintado caritas a las calabacitas, quería coger a la parejita de abuelos que regentaban el puesto y darles un abrazo, pero tras la experiencia de mi choque con la muchacha en el santuario preferí no hacerlo… seguro que las cárceles en Japón estaban más limpias que los chorros del oro, pero no quería comprobarlo…
A la mañana siguiente, me desperté con ganas de monte, así que después de haberme bebido un zumo de vitaminas con una pegatina de Pikachu, me subí al tren rumbo a Arashiyama, la idea era caminar un poco, hacer piernas y visitar Iwatayama un parque de monitos que en las fotos que el señor Google me había proporcionado eran de lo más cute, resultaron ser unos cabrones los muy jodíos, uno casi me arranca un dedo… y no veas la subidita, parecía que no se acababa nunca, de hecho yo ya me veía cayendo por alguno de aquellos terraplenes y uniéndome al índice de suicidios de Japón, que ya de por sí, es bastante alto.
Dejando de lado mi experiencia desastrosa con los monitos, el pueblito me pareció muy bonito, había parejas vestidas con kimonos tradicionales, haciéndose mil fotos en poses dignas de portada del Hola Japonés. Que no creo ni que exista, pero suena bien, lo curioso es que ni siquiera se tocaban, solo se hacían ese gesto de cariño como de despeinarse entre sí que me parece de lo más tierno.
Ya llevaba 5 días en Japón y… ¡quería ser japonesa! y eso que no había recorrido ni la mitad de lo que tenía preparado para ver, así que, mochila en la espalda, maleta ya un poco llena, volví a pillar el JR rubo a…
¡Osaka!
Aquello era uff, una ciudad, nada más bajarme del tren, me cruce con un grupo de chavales, royo boy band, ojeados por mil personas mirando como cantaban y bailaban con unas coreografías dignas de Take That, pero en Japones, rodeada de edificios llenos de lucecitas con neones, con enormes banners y pantallas gigantes con anuncios de aparatos tecnológicos, que podían desde prepararte un gin-tonic, hasta hacerte unas ondas al agua o todo a la vez…!pero donde coño estaba!, ¿en un episodio de Black mirror? Ahora es cuando unos cyborgs me raptaban y me implantaban un microchip en la cabeza para controlar mi vida… (nota*: dejar de ver tanto Netfliex…)
Pues no, estaba en la maravillosa ciudad de Osaka, y me estaba comiendo el mejor y más picante ramen de la historia, cuando el camarero me preguntó, yo, así como que me vine arriba y le dije a lo latino, echa sin miedo zagal, pues sin miedo estaba, pero con unos lagrimones a lo cataratas del Niágara de lo que picaba eso, pero bueno, no hay dolor, me encantaba y me encanta…
A la mañana siguiente me fui al acuario, otra puta pasada, estaba a no sé cuántas paradas de metro y el metro era de todo menos normal, había vagones femeninos y señores…, ¡¡tenías que hacer cola para entrar!! Qué orden, que maravilla, sin empujones ni sobacos sudados pasándote por todo el careto intentándose colar antes de que cerraran las puertas. Aquello era la gloria bendita del transporte público, me metí en uno mixto, por observar que se cocía por allí, siempre he sido una persona muy curiosa y la verdad es que en el metro se encuentra mucho material y allí no iba a ser menos, me di cuenta de que a los señores maduritos les encantaba mirar hentai en sus libros electrónicos, aixx guarrillos, bueno el porno oriental es bien sabido que tiene su fama y sus adeptos y el hentai es eso, comics guarrillos.
Así que con la disciplina que tienen en cuanto a los horarios, las normas de conducta y orden, pues me moló ver que cada uno por lo menos manda en su libro ebook y lee lo que le apetece, cuando le apetece.
En el acuario toque un tiburón pequeñito y una raya y me dio mucha cosika, pero fin de la historia, por lo demás ver a los pingüinos con los leones marinos, me dio mucha grima, ya que me hicieron recordar un video repugnante, por el que había acabado pillándoles mucha manía a los leones marinos, un asco vaya. Pero por lo demás me había gustado, había tortugas gigantes y ellas sí que me molan, mucho.
Por la noche no podía irme de allí sin meterme un Okonomiyaki, entre pecho y espalda, así que me dirigí a Dotombori Street y me puse como una cerda con esa especie de tortilla de calabaza japonesa cubierta con una capa de atún laminado, que cuando lo echan por encima y con el calor, parece que cobre vida, menudo arte tienen haciéndola, es todo un espectáculo, yo al pobre chaval le hacía palmas mientras repartía el sirope por encima del okonomiyaki, a la misma distancia que de la sidra al vaso. A los gritos de… ¡que arte tienes jodio! el chiquillo me miró mal, pero al final se le escapo una risilla, que yo lo vi, a veces creo que como me sale del alma, la gente no tiene más remedio que unirse a mí. O eso, o que le dio pena verme ahí sola devorando un plato de 10×10, quizás más lo segundo…
¡Adiós Osaka, hola, Nara!
Nara es la ciudad de Bambi, una de las películas más tristes de la historia, puto Disney y su empeño en crea traumas infantiles, pero allí los cervatillos eran felices, llovía de la pera, pero como es normal en esa época es fácil encontrar chubasqueros y botitas de plástico royo Port Aventura, en cualquier 7eleven, así que ataviada cual científica, en búsqueda de una cura para el Kovid-19, me lance a la ciudad, quien hubiera dicho que tres años después me tendría que ir así vestida para hacer la compra en Mercadona…
Me pasé el día entero entre cervatillos y lloré porque me tenía que ir, también porque vi una boda tradicional y eso me lleno de emoción, no sé si por todo el decoro de la ceremonia o porque la chica estaba bastante triste, aunque no lo sé, a lo mejor es como en las bodas turcas y las hindúes donde las novias tienen que llorar en la ceremonia, como símbolo de despedida de sus familias… el caso es que me dio sentimiento, sí que es verdad que cada vez que viajo, me involucro mucho con el ambiente y eso es algo que agradezco de mi personalidad camaleónica, el poder adaptarme fácilmente a los lugares que visito.Bye bye Bambi! ¡Hola Nagoya!
En Nagoya, había quedado con un compañero de la uni que se había casado con una chica japonesa hacía unos años, él me explico que, aunque viviera como ciudadano japones, los requisitos para obtener la nacionalidad eran muy estrictos, cosa que no me sorprendió nada, visto como se comportaba la sociedad japonesa en general. Su mujer Aiko hablaba perfectamente inglés y fueron unos guías excepcionales, me llevaron a una sala de juegos, en las que me tiré como 1 hora bailando en una de esa máquinas en las que tienes que pisar los colores al ritmo de la música, nos hicimos fotos en un fotomatón que nos ponía orejitas de perrito y nos sacaba corazoncitos por la boca, lo gracioso es que en el área donde estaban, también tenías una cabina de maquillaje donde podías retocarte antes de hacerte el photoshoot, estaba lleno de adolescentes cargados de hormonas que se miraba entre ellos con miraditas de shōjo manga, pero de ahí no pasaban, nada que ver con los zagales de por aquí que con la misma edad ya son Tinder adictos.
La mujer de mi amigo Marcos, me había dicho que se acercaba un tornado y que a las ocho en punto me tendrían que dejar en el hotel, ya que son las medidas pertinentes en este caso, me lo explicaba como algo tan natural, como si me estuviera contando como hacer una tortilla de patatas, pero la verdad es que yo, aunque la escuchaba y disfrutaba del paisaje, me estaba cagando patas abajo por mis adentros y miraba cada cierto rato, sin que se dieran cuenta el reloj, para asegurarme de que a las ocho yo iba a estar encerrada a cal y canto en la fortaleza de mi mini habitación de hotel, porque esto es una cosa que tienen todos los hoteles en japón, es que todas, todas, todas las habitaciones, son muy muy pequeñas.
Vi el tornado pasar durante 3 interminables horas pegada a la ventana del minúsculo cubículo, por allí volaba de todo, papeleras, papeles, menos mal que Japón es el país más limpio que he visto en mi vida, si no fijo que no me hubiera extrañado ver estamparse una bicicleta contra la ventana. Yo miraba la tele, con la imagen del mapa de Japón y no entendía nada, solo veía todo con puntos rojos por diferentes puntos del país y uno y bien gordo encima de Nagoya, justo donde yo estaba, pero como Aiko y Marcos estaban tranquilos, pues yo también.
Como dice mi amado Alejandro Sanz (uno de mis guilty pleasures), después de la tormenta siempre llega la calma… y así fue, al día siguiente allí no había pasado nada, Aiko y Marcos me pasaron a buscar por el hotel y fuimos al Pokemon Center, ¡me volví loca rodeada de pokemons! sé que hice algunos movimientos, que hicieron apartarse a mis acompañantes, en plan a esta tía no la conocemos de nada… imaginaros que era el año en el que estaba en super auge el Pokemon Go, pues allí yo estaba como en un campo de amapolas campando a mis anchas y con mi fanta de melocotón de un color rosa pálido semi transparente, era la mujer más feliz del mundo.Al día siguiente, me despedí de mis amigos y rumbo a Tokio, última parada del viaje, allí me esperaban 7 días de… Frikerio al puro estilo Gipsyqueen.
Ahora entenderéis porque me llevaba una maleta vacía, soy, aparte de lectora compulsiva de literatura romántica y manga, coleccionista de barbies y muñecas tamaño 1:6.
Pues para mí, Japón era el paraíso de mi vicio, allí esperaba encontrar cosas imposibles de encontrar en España a precio razonable, aparte de conseguir algunas muñecas exclusivas que solo se habían fabricado para Japón y que si intentabas conseguirlas en Ebay, el precio a pagar, sería un riñón y medio más.
Así que cuando llegue al hotel Usakodoll, me estaba esperando en la recepción, Usako es una coleccionista como yo, nos habíamos conocido a través de Instagram y la chica se había ofrecido a llevarme a las mejores tiendas de Tokio en busca de “tesoros”, Usako, en ese momento tenía 24 años, pero una apariencia de 16 y no es broma, vestía con un vestidito de rayas en rosita palo, con cuellito bobo, al más puro estilo Kawaï, con dos coletas y una mochila donde llevaba una muñeca Lica que se iba a venir con nosotras de compras, ella también necesitaba armario nuevo y yo no era menos, yo llevaba mi Poppy Parker favorita de pelo malva, a la que también le faltaban algunas cositas de temporada, le iba a comprar ropita y todo lo que me saliera del pimiento, porque me había reservado un rinconcito del presupuesto del viaje para mis caprichos y para los suyos.
Vale, tengo aficiones extrañas, pero no estoy sola somo una comunidad grande y además me enorgullece mi Jovi, gracias a él he conocido a gente maravillosa a los que considero muy buenos amigos.
¡¡Primera parada… Akihabara!! Eso era el cielo de los frikis, el puto universo cósmico de todo lo que tenía luces, se movía por control remoto y tenía color, una locura. Jugamos a Pachincko, nunca aprendí cómo funcionaba, pero yo solo me quedé hipnotizada con las luces de colores, las bolas metálicas y la música a toda hostia. Aquello era un vicio, a mi porque no me dio tiempo a entenderlo, pero luego me di cuenta de que por las mañanas la gente hacía cola para entrar y colocarse en su máquina, royo los casinos de Las Vegas, pero en Japón. Había un edificio de siete plantas que nos lo recorrimos de arriba abajo y de abajo arriba, las dos como locas, ella más flipada que yo, porque me veía la cara y le contagiaba la sonrisa, aunque ella estaba más que acostumbrada a todo aquello.
Luego nos fuimos al Headquaters de Bandai, en la entrada reinaban unas figuras tamaño persona normal de Goku y Doraemon, al que me puse a mirarle el bolsillo, pero para mí decepción no pude conseguir “el casquet volador”, para mis estos dibujos de mi infancia seguían hablando en catalán, ya que era de los muchos que veía de pequeña en Tve3.
Al día siguiente, ya sola, me fui al templo de Hōzōmon, un templo budista precioso en el distrito de Asakusa, donde escribí mis deseos y los deje para que el viento los ondeara, a ver si algún día se me cumplían, la pobre Usako ya había tenido bastante frikerio y aunque me dio pena despedirme, sabía que nuestro mundo friki siempre nos iba a mantener unidas.
Por la noche me comí un ramen glorioso y picante de los que a mí me gustan y me dediqué a pasear por el barrio donde se situaba mi hotel, era un barrio tranquilo, pero con unos recovecos muy del underground de Tokio, con un toque vintage oscuro, que te hacían transportar a otras épocas.
Un nuevo día y me dirigí hacia Shinjuku, donde está el centro más importante del “moderneo de Tokio”, las ropas de marcas japonesas, los centros comerciales enormes, la coca cola con café, que ellos la vivieron muchos antes que nosotros aquí y yo con ellos, las tiendas de cositas cute como libretitas, bolis de colores y todas esas marranadas que nos encantan, todo eso en un mega distrito gigante en el área oriental de Tokio.
Después era obligatorio darme un paseo por Yoyogi Park y disfrutar del espiritu de los tokiotas en plena esencia, la gente y sus costumbres, los grupos haciendo deporte, paseando, o simplemente leyendo un libro, me costó encontrarlo, pero si una cosa tienen los japoneses, es que son capaces de desviarse de su ruta para acompañarte hasta donde sea necesario, aunque no hablen inglés, a la segunda ya tiraba de Google maps, porque me sabía muy mal y eso que ellos lo hacen de muy buena fe.
Pero yo no estaba para relax y ya tenía ganas de mezclarme entre la gente en el “Scramble crossing” de Shibuya, flipe…, seguro que recordareis las imágenes de la película “Lost in translation” de Sofia Coppola, no se cuanta gente puede cruzarse en el poco menos de medio minuto que dura el semáforo en verde, creo que lo cruce como 3 veces, una para hacerme un video chorra y dos más para vivirlo desde los diferentes ángulos.
En uno de chaflanes esta la estación de Hachiko, quien no ha llorado con la historia del perro Hachiko y su dueño Richard Gere, por dios bendito, cuanto lloré con esa película, lo estoy escribiendo ahora y se me empañan los ojos… que dramón.
Ahí no había peligro de Kovid-19, no sabíamos que existía, así que me di un beso en la mano y acaricié la fría estatua de bronce que corona la entrada a la estación está frente a un mosaico de colores brutales que rememoran la historia, no sé si paso media hora cuando me di cuenta de que me había quedado en medio de cientos de personas, paralizada, cuando reaccioné entré en unos segundos de pánico, pero sacudí la cabeza y empecé a andar, me quedaban pocos día y había muchas cosas que todavía quería hacer.
Por lo tanto, a vosotr@s amantes de la lectura, parada obligatoria en la librería Mandarake, allí hay todos los libros y mangas habidos y por haber, muñequitos de plástico, ropa de cosplay… un paraíso de librería, el cielo en el infierno, en pocas palabras, una puta ruina… cuando salí de allí tuve que volver al hotel, con eso lo digo todo…
Como me daba palo volver, porque Tokio es gigante, ya me volví a frikear por Akihabara que no quedaba lejos del hotel, allí me gasté unos cuantos Yens, en las maquinas esas de brazo mecánico que sacan peluches, esas en las que el brazo, tiene la fuerza de un apretón de manos a una mano lacia, pero que, aun así, te pica y te pica. Al final conseguí un peluche genial de Totoro, que había valido mis yenes y mi esfuerzo.
Por la mañana me desperté temprano porque me iba al barrio de…tatatachan… ¡Harajuku!
Takeshita Street, toda la ropa molona, los gadgets molones y los looks más fuertos, solo puedes encontrarlos ahí, bueno ahí y en todo Tokio, pero ahí más, si te quieres pasear por ahí con un traje de unicornio serás alabado, así que me sentí como en casa, feliz por tanto color, por gente de caras alegres, muchos adolescentes que bailaban se hacían fotos, te sonreían, era la parte divertida de Tokio, donde cruzado el arco, podías ser tú mismos sin prejuicios, yo creo que muchos se sentirían así, porque yo al final era una turista y estaba disfrutando de lo lindo de sentirme espectadora de un Dorama, que es algo así como una telenovela de toda la vida, pero al estilo japonés.
Pasé unos de los días más alucinantes del viaje y me fui a dormir con una sonrisa que me llegaba de oreja a oreja.
Ya en la recta final, pille el tren hacia Mitaka, donde se encuentra el museo Ghibli, vale, ahora sí que estoy dando rabia, pero el caminito de la estación al museo, llegar allí y ver esa maravilla ante mis ojos, es para dar envidia cochina, lo sé, pero ahí estaba Totoro, la princesa Mononoke, el viaje de Chihiro…. ¡Y el autobús con forma de gato gigante que ocupa una habitación entera, lleno de niños sobrevolándolo!
Solo me faltaba un lugar por visitar, en el que quedarme ya, muerta en la bañera como dice mi amigo Vin, Disney Sea Tokio…
¡¡Al ataquer!! Aquello no era el Disneyland de Paris, donde las figuras son un desastrillo, aquello era una obra de arte, el espectáculo de la sirenita en su castillo, el reino del mar y la curiosa sirenita europea cantando en japones, un zagal paseándose entre el público cargado de una marioneta de Sebastián, el cangrejo japonés, la verdad me sorprendió, para mí las pelis de Disney siempre habían tenido acento latinoamericano y ver a Sebastián hablando en japones, digamos que me choco, pero todo el ambiente que me rodeaba era insuperable, Elsa de Frozen sí que era Japonesa y Olaf también, imagino que tendrían que conseguir que las niñas se sintieran de alguna forma identificadas por los rasgos y me gusto, me gusto tener tu horario en un ticket, para no tener que chupar colas como en el resto de parques de atracciones, la gente salía de la Disney Store cargada de los ositos Duffy, unos que solo puedes conseguir en los parques de atracciones Disney y que tienen más ropa que por temporada, que en una tienda de Zara.
Con mi tren Disney volví a la ciudad después de haberme subido a todas las atracciones, cansada, pero con otro sueño más cumplido.
El último día en Tokio, tocaba comer pescado y donde mejor que en Tsukiji Fish Market, un locuron de mercado, con mucha gente, pero con los manjares más ricos y extraños que había probado nunca y allí nació mi amor, por los cacahuetes de wasabi, ohh eso es gloria, ni palomitas ni ostias, cacahuetes de wasabi en vena….
Después y como visita obligada en todos mis viajes, me fui al cementerio de Tokio, sí, mi visita obliga es visitar el cementerio de la ciudad, hay gente a la que se lo digo y les resulta Creepy, pero para mí aparte de su belleza o su tristeza, los cementerios me dan paz y esa paz me deja pensar y pienso y ahora me voy a poner melancólica… ¿qué vidas habrán tenido todas esas personas que allí residen? me imagino historias antiguas de otros siglos de otras épocas y viajo al pasado con mis pensamientos, en el de Tokio, hay un lugar para los Mizuko Kuyō, los guardianes de los no-natos, figuritas de piedra adornadas con gorritos de crochet y molinillos de viento, que velan por las almas de aquellos que no llegaron a nacer, a mí me parece una historia preciosa.
Últimos paseos, por mi barrio, despidiéndome de las máquinas expendedoras de bebidas a cual más rara, de los señorcitos que recogían la basura con un arte que pa’ que, de las áreas para fumadores, porque en Japón no se puede fumar a tus anchas, como te despistes te viene un señorcito con un cenicero para obligarte a apagar el cigarro, con mi maleta a rebosar, con mi sonrisa de oreja a oreja y con ese, hasta luego, que todavía no he cumplido, pero que espero pronto pueda cumplir.
¡Hasta la próxima historia viajera!
Nota* Tanto el recorrido como muchas de las anécdotas, los lugares y las fotos* son reales de mi viaje a Japón en septiembre de 2017, el resto es pura floritura.
by Lara C. Cakmak (Gipsyqueen)